Anécdotas infinitas sobre cuentos tristes. Lágrimas de pérdida por jugar al escondite. Vacíos deshumanizantes en aquel espacio reducido. Cuando todo era oscuridad nacieron un cuerpo y cuatro extremidades flojas que tornarían finas con el tiempo. Al menos sus piernas salvaban la horrible imagen que aparecía cuando se miraba en el espejo. Sus piernas sin duda, eran algo que merecía y quería cuidar. Así vivía, junto a gente que solo señalaba con el dedo, rodeándola con palabras que eran puro veneno.
Un fallo era la opción más razonable del porqué de su existencia. Un error suscitaba una lógica creíble de la vida que había tenido, de las penas que golpearon su mente y su cuerpo durante años.
Mi corazón era inmarcesible por mi juventud y estupidez, pero en mi interior he pasado años vacía como un agujero negro. La profundidad me ha querido engullir de dentro hacia fuera. Tal vez llegué a ser más frágil que el cristal y más pétrea que el diamante en cuanto a sentimientos. Quizá nunca aprendí a querer como se debe ni a odiar como se debe. La limerencia me perdió. Ahora se sentir, todo producto del daño. Serendipia.
No quiero seguir el castigo impuesto de quién nace sin premeditación. Quiero luchar para volar alto y no consumirme en un mar eterno por mi talasofília. Soy la hija de una bala perdida en medio de una batalla que no quería librarse y costó más de cien mil vidas.